Hablar de Asilo es recordar al instante su pista central enmarcada por una tableta en forma de ajedrez y su bola disco, sobre un tumulto de personas que bailan, saltan y desfogan su bronca de la semana, su estrés laboral o estudiantil, o su alegría, al ritmo de bandas como Parálisis Permanente, New order y A Flock of Seagulls.

Es mencionar épicas noches entre amigos, mientras cantamos clásicos de MCD o Los Violadores, evocando un instante la eterna juventud y felicidad que solo un trago mezclado con una buena seguidilla de canciones puede dar. Es eludir al despecho mientras se danza ebrio al son de The Smiths, The Human League o Killing Joke.

Sin duda alguna, con el pasar de los años Asilo se ha consolidado como uno de los espacios alternativos favoritos y legendarios para pasar una buena noche en esta fría e indiferente ciudad. Su tarima ha presenciado bandas como Motorama, Human Tetris, Rakta, Peste Mutantex, Hora Local y 1280 Almas, entre otras de renombre, sin contar las ciento de bandas emergentes de todo el mundo que han pisado el escenario y lo han dado todo entre el público para llegar a un clímax total.

Además de los bailes frenéticos, es espacio para la difusión de contenidos audiovisuales y artísticos que, entre ferias, exposiciones, performances y proyecciones de cine, ofrecen un contenido selecto y variado para los apasionados por la música, que alimenta además la movida de la escena local y el intercambio con otras mundiales.

Nombrar a Asilo es celebrar 7 años de promover sonidos que muchas veces la industria y la cultura de masas ignoran y ven solo como una moda pasajera, un nicho que sirve a ratos para mover el capital y desecharlo por la puerta de atrás.

Es celebrar que la contracultura no muere, que Bogotá tiene un espacio en donde los bichos raros se reúnen y expresan libremente sin ser juzgados por la política de lo moral y la gente de bien. Por todo esto y lo que se me haya pasado por alto, Asilo merece seguir dando la batalla y durar muchos años más.

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